Incendio de Guayaquil (1896)

Eran las once y media de la noche del lunes 5 de octubre de 1896 una vez que las campanas de alarma de incendio, que colgaban de cada esquina, iniciaron a repicar. La urbe dormía -para entonces se recogía hacia las nueve- y los guayaquileños pensaron que tenía que ver con la recombustión de un diminuto incendio de la víspera. Sin embargo frente a el grito de que se quemaba la Gobernación, cundió el sobresalto.


 

La Convención Nacional que se instalaría claramente en esa sede el 9 de octubre próximo, fue convocada para legitimar el regimen del mandatario Eloy Alfaro surgido de la Revolución Liberal el 5 de junio del año anterior, y asimismo para promulgar la nueva Constitución que desarrollaría los cambios que fomentaba la tendencia.

 El fuego empezó de forma casual en la esquina de Malecón y Aguirre, en los bajos de la residencia de el núcleo familiar Matheus, donde funcionaba el depósito “La Joya” de propiedad de los señores Manasevitts y Bowski, residentes de procedencia judío, al frente de la Gobernación, que era una creación de madera como cada una de.


 
Al llegar las bombas de la compañía Salamandra, que estaba de guardia, el propio Alfaro dispuso que rociaran de agua al Palacio a fin de protegerlo, a la vez que combatían el flagelo al frente. Y aunque se hizo salvarlo, la distracción del recurso resultaría fatal.



Para la era se contaba con una infraestructura de pozos en las bocacalles para el abasto de agua en caso de incendio. Tenían un metro por lado, sobresalían un tanto de la calzada, y estaban tapados por compuertas de madera con asas de hierro. El agua era lodosa y muchas veces fétida gracias a la contaminación con las aguas servidas, por lo cual se había prohibido su uso para el trabajo de los bomberos, que optaban por bombear agua de la ría. A inicios de la última década del siglo XIX se contabilizaban 88 distribuidos por la urbe.

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